En nuestra cultura occidental no se reconoce la necesidad del silencio y la quietud. Muchos incluso se sienten incómodos con el silencio, incluso temerosos de él, como dice John Main en De la palabra al silencio: "[Silencio] es todo un desafío para los hombres de nuestro tiempo, porque la mayoría de nosotros tenemos muy poca experiencia del silencio, y el silencio puede ser terriblemente amenazante para la gente en la cultura en que vivimos".
Trata de decirle a alguien que tú anhelas un período de silencio y soledad, y fíjate en su expresión de sorpresa e incredulidad. Incluso se puede tomar como prueba de que eres un poco excéntrica o excéntrico, por decir lo menos, o posiblemente como un signo de una depresión latente. Puede que incluso te acusen de ser egoísta, de rayar en lo anti- social. Los únicos que entienden son los que meditan.
Desear la soledad y el silencio es contracultural. Lo que se valora en nuestra sociedad es la actitud de logro, el entusiasmo, la sociabilidad, el cambio y la actividad. El resultado de esto es que a menudo se nos sobreestimula y tan estamos tan acostumbrados a la actividad frenética que nuestra característica básica es la inquietud. No hay que olvidar que la inquietud nos parece que es una condición natural de ser de todos modos, ya que está en nuestros genes: nuestros antepasados eran todos miembros de tribus migratorias. Aunque la inquietud es en realidad un problema humano, es aún más pronunciado en el Occidente. Estamos siempre en movimiento, siempre ocupados en algún proyecto u otro y más a menudo en una multitarea. Especialmente aquellos de nosotros que vivimos en las grandes ciudades realmente parecemos ser un pueblo en constante movimiento, viajando al trabajo, al ocio, a los amigos. Nuestra inquietud se extiende también a la necesidad de variedad y cambio, incluso con respecto a nuestros puestos de trabajo, los restaurantes y bares que frecuentamos e incluso los amigos que tenemos.
Pero estamos perdiendo algo precioso ignorando el valor del silencio. A pesar de toda la actividad en el mundo, esta forma de vida era considerada por los primeros cristianos como una señal de estar dormido, incluso borracho.
Estar despierto, lleno de vida era y es, paradójicamente, sólo posible de alcanzar a través del silencio y la quietud. El camino es la meditación, la oración en silencio profundo.
En la meditación, al permitir que nuestro cuerpo esté quieto, que le demos el permiso para no hacer nada, damos el primer paso para contrarrestar esta tendencia inquieta. Es sólo por la perseverancia que las ganas de moverse y hacer cosas disminuyen y nos damos cuenta de la quietud y el silencio.
Mediante la repetición de la palabra fiel y amorosamente, nos adentramos en el silencio. Nosotros no creamos el silencio. "El silencio está ahí dentro de nosotros. Lo que tenemos que hacer es entrar en él, para llegar a ser silenciosos, para convertirnos en el silencio. El propósito de la meditación y el desafío de la meditación es permitirnos convertirnos en silenciosos lo suficiente como para permitir que este silencio interior pueda emerger. El silencio es el lenguaje del Espíritu" (De la palabra al silencio). La meditación es el descubrimiento de tu verdadera naturaleza: es parte de la red de interconexión global, de la vida, de lo divino que está en nosotros y entre nosotros, si sólo nos volvemos lo suficientemente silenciosos como para escuchar el sonido del Silencio, el nombre de lo Sin Nombre.
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